KARATE: “No habiendo alumnos que lo respeten y lo respalden, no hay maestro que valga” (Máximo Calderón, 8° Dan de la Escuela KaizenKan Argentina)
Llegar al tema de reunión llevó media hora. Máximo Calderón, 57 años, cordobés, profesional de la salud y actual 8° Dan de la escuela Shorin Ryu KaizenKan Argentina, toca temas que se bifurcan, que van desde la historia, los viajes, la actualidad. Es un ida y vuelta interesante, profundo. Hasta que el alto es el punto que nos convocó: el karate.
“Hago artes marciales desde los 9 y 10 años -se presenta-. Me enseñó mi papá; él había hecho Jiu Jitsu japonés en Córdoba, en el Instituto Romo, muy famoso en su época por ser los pioneros en el Jiu Jitsu. Después pasé por el karate coreano, hasta que en el ‘86 un conocido me llevó a hacer Karate Do en Miyazato. Son unos 47 años de artes marciales, y unos 45 de Karate Do. Unos cuantos añitos”, expresó quien hoy dirige cuatro Dojos, los Ichinen Dojo I, II, III, y IV, y entrena el equipo de competición de la KaizenKan.
De Miyazato pasó a Shinshukan, y después a entrenar solo. “Ahí es cuando conozco a la escuela KaizenKan. Me pareció una institución de brazos abiertos, que se da un tiempo para conocer qué clase de persona es uno -valora-. Haber encontrado al profesor Roberto Gerban es un gran logro, porque es un investigador y un defensor del karate en Córdoba y a nivel nacional”.
Para Calderón, “Gerban es un hombre carismático, y con hechos afianza lo que dice. Tiene una larga trayectoria y es un investigador permanente. Muy seguido hablo con él y siempre tiene alguna investigación técnica, alguna cosa nueva está sacando, o está reflotando algo, que muchos de quienes hacen karate no se fijan en eso. Es un investigador, por eso es la persona más apropiada para estar al frente de la Escuela”.
Y agrega: “Por ahí me gustaría saber si, de acá a 70 u 80 años cuando no esté él, habrá una herencia de la Escuela. Va a ser difícil, que alguien se ocupe el ciento uno por ciento de su vida a esto, es bastante difícil. Por eso es único en lo que hace”.
-¿Cuál es tu visión del karate?
-El karate y la música son las pasiones mías. El karate lo sigo haciendo porque no sólo lo practico, sino que lo enseño. Hace ya 32 años. Creo que practicar karate y enseñarlo es maravilloso. Por ahí cada tanto aparece un alumno destacado, que es un discípulo, que pasa a ser una especie de hijo dentro del karate. A uno lo exige para que dé más, que investigue más, para poder responderle. Lo maravilloso es poder enseñar, poder transmitir, encontrarse con gente que no me doy cuenta y son padres de familia que han sido alumnos míos de hace muchos años, y me dicen “quiero que venga mi hijo”. Y después viene el hijo del hijo. Lo que uno siembra, no lo hizo para cosechar, la cosecha viene sola y siempre es bien recibida.
-Y vos, ¿qué has sembrado?
-El verdadero gusto es poder transmitir desde el ejemplo. Es muy raro que pueda enseñar algo que no sé hacer. Eso lo obliga a uno a estar permanentemente capacitado y ver la forma de transmitir, porque no a todos se transmite igual. No es lo mismo enseñar a uno de 30, que a uno de 6 años. He sido docente, pero a la pedagogía de niños lo aprendí con la práctica. Que saquen lo más fuerte que tienen, que lleguen a su límite, es maravilloso. He tenido alumnos de 4 años, y ahora tengo uno de 81, que tiene parkinson y que, por los beneficios que ha tenido, me han recomendado a otros pacientes. Son cosas impagables, satisfacciones del alma.
-Es una faceta distinta que también haga bien a la salud.
-El karate es una de las disciplinas más útiles para la salud. La natación también, pero no tiene un trasfondo filosófico. El Karate Do tiene este trasfondo, que es la búsqueda del perfeccionarse, de luchar contra las cosas negativas de uno mismo. El karate es eso.
-Vivimos en un mundo acelerado, ¿cómo es enseñar esa filosofía en estos tiempos?
-Están las condiciones actuales, está la personalidad de cada alumno, y uno tiene que adaptar la forma de enseñar. He tenido alumnos con discapacidad, uno se adapta y ve lo que puede dar ese chico. ¡Si te mostrara los mensajes de los padres al ver que el niño se supera! Ver el conocimiento, el respeto, ver que han tomado lo que les enseñé, es muy satisfactorio. Aparte nos obliga a tener una conducta que sirva de ejemplo.
-¿Qué es ser karateca?
-Es una pregunta difícil porque no sé si hay un prototipo del karateca. En lo personal estimo que debe ser buena persona, estar dispuesto a aprender, saber aceptar las correcciones y las enseñanzas. Y después viene lo físico. En el Karate Do existe un karate tradicional que es la base de todo esto, que nació para el combate, para defender la vida. Hoy existe el karate deportivo, que es competitivo, que se trata de que no te lesiones, y se pelea por una medalla. Un karateca completo debe probar todo, lo tradicional y lo deportivo, porque la competencia es lo que más acerca a una situación de estrés real, sin poner en riesgo la integridad.
-¿El karate deportivo se inserta en una brecha generacional?
-Tiene mucho que ver con la madurez de cada uno, por la edad y por la práctica. Uno ve que lo toman con la pasión que tienen los chicos, pero con los años han terminado reconociendo y abrazando el karate tradicional. Tiene que ver con la edad, con la maduración, con el respeto y el cariño por lo que uno hace. Es normal sentirse fascinado por las luces, las medallitas, pero eso también exige disciplina. Pero no hay nadie que haya abrazado el karate tradicional que diga “me quedo con lo competitivo”, pero sí, quienes han competido, terminan abrazando el valor del karate tradicional.
-¿Cómo es el rol del Sensei?
-El Sensei es Sensei en cuanto lo hacen los alumnos. En el momento en que no hay alumnos, no hay Sensei. Son los alumnos los que hacen al maestro. No habiendo alumnos que lo respeten y lo respalden, no hay maestro que valga. Por eso no se puede imponer por autoridad, pero si lo hace desde la razón o el conocimiento, lo terminan eligiendo.
-Lograste la medalla de subcampeón en el Mundial de Barcelona en 2000, ¿cambiarías esa medalla por ir a Okinawa, la cuna del karate?
-Iría a Okinawa. No conozco, y si bien sé que puedo ir en el futuro por mi cuenta, quiero ir con mis hermanos del karate. Y con mis hijas, las dos más pequeñas que son alumnas mías. Una de 13 y otra de 10. Ese sería mi sueño en el karate. Después habrá otros, pero ese sería el máximo.
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