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KARATE: "El karate no muere porque la gente entrega más de lo que recibe" (Enrique Moisés Azize, 6° DAN de KaizenKan)

KARATE:

En un Dojo de Karate Do hay una variedad inmensa de personalidades, distintas edades, objetivos de vida, y círculos de influencia en la que no siempre estás parado en el centro (los karatecas sabrán entender esta imagen).

Y están los que, como Enrique Moisés Azize, que en un andar silencioso y presente, rinden culto a la filosofía de la disciplina, con humildad y compromiso. De carácter afable, este comerciante de 56 años, con más de 41 años siguiendo el “Camino de la Mano Vacía”, es un digno discípulo del Sensei Roberto Gerban, de la escuela KaizenKan.

Ese camino fue sinuoso. Arrancó en 1984, con apenas 15 años, seducido por las películas de artes marciales como muchos. Hasta que un compañero del colegio le dio la excusa perfecta, y se cruzaba media ciudad, de barrio Maipú a Yofre Sur (calle Wilson y Bulnes) para poder tomar sus clases en un “espacio muy chico, donde practicábamos 10 personas máximo”, y un pequeño baño era el vestuario de todos.

Su Sensei, quien le inculcó su forma de ver y vivir el karate, sería el propio Roberto Gerban. “Me enganché muy rápido por el carisma del Sensei. Me gustó mucho la clase, la forma en que nos incluía. Vivía en barrio Maipú y me quedaba lejos. Después me tomaba dos colectivos para volver. Como había cada vez más alumnos nos fuimos a barrio Yofre Norte, más lejos para mí, pero seguimos”, recuerda.

Un par de años después, en el Dojo de Suipacha y Viamonte, la escuela alcanzó su máximo nivel de alumnos, más de 100 en una clase. “En ese momento había empezado a colaborar en la parte de administración. Tenía cerca de 20 años, era cinturón verde, rendí para azul en ese dojo”. Luego hubo un impasse de cinco años en los que colgó el karategui, para volver en el Dojo de av. Castro Barros 723, la sede actual de la “Casa de la Mejora Continua”.

“Siempre valoré del karate no sólo la actividad física, el arte de la defensa y el ataque, o la filosofía. No quería venir, practicar e irme. Era igual de importante el quedarte, compartir una gaseosa, hablar con los compañeros, saber de ellos, de sus alegrías, sus penas. Era ‘ser amigos’. Ese era el espíritu del Dojo, lo que aprendí de la filosofía marcial, y lo que impulsaba el Sensei Roberto. Ese aspecto era lo que más me atraía de él como profesor”, remarca.

-¿Qué te cautivó del karate?
-Siempre me gustó verlo en películas, me atrapó de chico, pero soy de una familia tradicional, cerrada, donde nunca me hubiesen permitido hacer karate porque lo tomaban como algo violento. Un primo también empezó y me convencieron de ir. Le dije a mis padres que iba con mi amigo del colegio y así aceptaron. Pero me interesaba, me cautivaban los movimientos, quería aprender. Con la capacidad física que tenía nunca llegué a ser un gran karateca, pero me atrapó la filosofía.

-Después de sumergirte en ella, ¿qué sentís que te aportó?
-Me sirvió, era un poco inseguro. Pero me ayudó no sólo en esto de tratar de superarse uno mismo, de vencerse, porque es el verdadero enemigo que tenemos, sino por la forma de Roberto de transmitir el karate. Me sirvió para mejorar en ese aspecto y me terminé enamorando del todo de la filosofía del arte marcial.

-En tantos años, debiste sentir cambios.
-El karate tradicional no ha evolucionado demasiado. Si uno ve las escuelas viejas, han evolucionado muy poco con respecto a su entrenamiento. Otras escuelas se han dedicado más a la parte deportiva. Nuestra escuela (KaizenKan) si evolucionó en el sentido de buscar la perfección de otros estilos y otras escuelas. No quedarse con el karate estructurado de antes. Pasó a ser un karate más fluido, llevándolo a la realidad. Pero eso es mérito totalmente de Roberto y de la gente de la que se rodeó. Aún hoy, la KaizenKan sigue buscando evolucionar y no quedarse en el karate viejo.

-¿Y cómo llegaste al arbitraje? Sos un árbitro categoría A, la más alta del país.
-Traté de participar en el karate deportivo como competidor y no era lo mío, no era como entendía el karate. Cuando aprendés la filosofía tenés que usar el karate para defender tu vida, y nunca en mi vida peleé con nadie. Esto de pelear por el punto es muy distinto, y mi forma de aportar al karate deportivo es siendo árbitro. De todos modos, creo que el karate deportivo es un plus para quien practica el karate. En esto de pararse en un tatami, frente a jueces y público es otra forma de superarse a sí mismo. Respeto ambas formas de hacer karate.

-¿A dónde se debe apuntar para ser un karateca?
-Fundamentalmente ser humilde. Puede hacer muy bien la técnica del karate o no tan bien, pero fundamentalmente la humildad lo caracteriza. Y la predisposición para ayudar a los demás. Parte de la evolución del karate, y que no haya muerto en tantos años, es por la gente que entrega más de lo que recibe. No tiene que ser egoísta. Tiene que transmitir lo que aprendió, y lo que entendió por su cuenta. Esa es la forma de transmitir el arte marcial, como se hizo durante miles de años. Por eso sigue vivo. Si todos guardan algo y no lo enseñan, ya el karate habría desaparecido. 

Y agrega: “Un buen karateca no es sólo aplicar bien lo aprendido y enseñarlo. Aparte está la impronta que uno puede darle, y que lo lleva a su vida personal, no sólo en lo físico sino en el espíritu de colaborar y ser mejor persona en todos los aspectos de la vida. Lo que el Sensei llama ‘agrandar el Dojo’”.

Así es Enrique Moisés Azize. Cubre su cuota en el karate deportivo siendo uno de los árbitros más reconocidos del país. Pero su verdadero aporte está en su presencia, a veces silenciosa, pero constante. Es la filosofía que ha aprendido, el camino de la lucha con uno mismo, de ayudar, de celebrar los “tercer tiempo” en el Dojo, de saber del otro. Pero sin conformarse. Por algo pertenece a la Casa de la Mejora Continua.

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