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MARCOS JAVIER CUEVAS, 7° DAN DE KAIZENKAN: “Al título te lo da la gente, y uno se gana que le digan senpai, Marcos o che”

Como a tantos otros, en el reparto de las cartas de la vida, a Marcos Javier Cuevas, 7° Dan de la escuela KaizenKan, le tocaron unas “manos” en las que debió agudizar su instinto y su ingenio para poder sacarlas adelante. Nacido en La Rioja, el mayor de seis hermanos, a los dos años se vino para Córdoba con su familia, y a los 13 ya tenía que salir a trabajar para ganarse unos pesos y ayudar en la casa. Dos años después, en 1989, en esa rutina diaria de sobreponerse, el destino le dio un “comodín” que lo marcaría de ahí en más hasta los 51 que lleva ahora. El karate.

“Empecé karate a los 15. Por cuestiones de la vida empecé a trabajar a los 13, fue una maduración de golpe. A esa edad tenía mi sueldo. Un día vi la clase, me llamo la atención y después iba todos los días a ver. Era un garage que daba a la calle; me sentaba y miraba y miraba. Cuando mis padres me dejaron practicar, para mí fue una cosa increíble, y entré sabiendo mucho. Pensé ‘Uh, acá me voy a aburrir al año’, pero no. Por más que un ejercicio se haga mil veces, siempre hay algo nuevo para aprender y corregir. Hasta el día de hoy, si no vengo me falta algo, y no es que no sepa. Es como comer o respirar, es necesario”, reflexiona. 

Su historia en el “Camino de la Mano Vacía” comenzó con otro Sensei, Ariel "el Loro" Gibellini. “Cuando él dejó, estuve un año en stand by. Vengo de la escuela vieja del karate. Tuve un año de impasse buscando escuelas, y mi Sensei me indicó que buscara a (Roberto) Gerban. Fui al Dojo, todavía estábamos en Miyazato. ¡Lo que hace la relación del karate, donde un padre le confía el hijo a un amigo!”, remarcó. 

El tiempo le permitió evolucionar, y hoy es 7° Dan. “Estoy entre los más viejos. Pasa mucha gente, algunos quedan en el camino y otros retoman. Por suerte somos una gran familia. Acá el Sensei me dio un lugar, y lo que hago con él es una forma de agradecimiento. Tenés que trabajar mucho para llegar a cierto rango, y muchos te suben a un pedestal, pero acá no somos japoneses, somos argentinos. Allá una persona tiene status por el cinturón, la pone a un nivel que parece intocable, pero estamos en Argentina y es una cultura que tenemos que mantener. Acá somos uno más. El cinto es para atar el pantalón, lo único que hace al Sensei es el karate, más allá del cinto. Por ahí influye negativamente porque se cree que, por tener una rayita más quiere pasar por encima a los demás, y en eso acá nos distinguimos”.

Y agrega: “Del Dojo para afuera somos iguales. Dentro del Dojo hay respeto, hay marcialidad, y una cosa no quita a la otra. En horario de clases se mantiene el nivel y afuera somos amigos”.

-¿Qué es ser karateca?
-El término karateca envuelve a todos los que hacen karate, pero karatedoca son los que estudian y practican el arte marcial. Hoy está de moda la competencia, pero nosotros no somos una escuela de competencia, somos una escuela de disciplina de karate, para estudiar el karate tradicional. Es cierto que hay que aggiornarnos y está bueno porque es un incentivo para atraer gente nueva, para acercarlos al karate. Después, como dice el Sensei no hay karateca malo, todo pasa por el hombre.

-Entonces, ¿hay karatedocas y practicantes de karate?
-Todo el que va a empezar karate a una edad adolescente tiene una expectativa de arrollar a los otros, le da confianza para encarar la gente. En eso lo debe guiar el profesor. Para el karatedoca, el karate le permite enfrentar la vida, en cambio el karateca va a enfrentar a la gente. El karateca quiere mostrarse, presumir de que sabe karate, y está más encaminado por el lado deportivo, en cambio el karatedoca es otra cosa.

Y agrega: “El karateca no es humilde, el karatedoca es humilde, aprende a agachar la cabeza, a pensar antes de responder, a no pecar de soberbio y evitar la discordia. No es sumiso, uno se planta con la convicción propia, pero para la conformidad de uno mismo. Un sensei dijo “No es de Tigres pelear con Perros”. Uno tiene su convicción, y la enseñanza dentro del Dojo nos va enseñando que es lo correcto.

En esa línea está la KaizenKan, impulsada por su Sensei Roberto Gerban. “Es una escuela nueva, y para los más viejos es una responsabilidad porque mantiene lo tradicional pero innovando, combinando estilos, para salir de un karate cuadrado que estuvo practicando la mayoría. Así nos educaron, con el dos más dos. La KaizenKan abrió la cabeza, porque el karate no se acaba en una patada o en un Dojo”, asegura.

-También tiene los lazos de una familia.
-Cuando llegué acá con el Sensei, el senpai Moisés era mi senpai, y sigue siendo mi senpai. Un cinto es un trapo que ata la cintura, él sigue siendo mi senpai dentro y fuera del dojo. El cinto sirve para mantener la disciplina y la tradición marcial, pero todo pasa por uno. Puedo ser 7° Dan, pero una persona de mayor edad es mi senpai. Senpai es un hermano mayor. Uno aprende de la gente mayor, que está avanzada en la vida. Al título te lo da la gente, y uno se gana que le digan senpai, Marcos o che.

-Son 36 años en el karate, mucho tiempo.
-El karate es un estilo de vida, es venir acá, salir de los problemas, y encontrar un respiro. Eso encontrás en el karate, la disciplina y relajarse.

-¿En el karate te encontraste vos mismo?
-Desde que lo practico, sí. Empecé temprano a trabajar, tuve una buena relación con mi papá, y el Sensei Ariel Gibellini, que fue como mi segundo padre (se emociona) y el que me puso los puntos sobre las íes. (se emociona). Como le ha pasado a la mayoría con el Sensei Gerban.

Entre las cartas que le fueron saliendo, aún no está la del matrimonio ni hijos, pero tiene su vida enfocada. “Tengo una sola persona, mi hermano, que tiene una discapacidad. Me aboqué a él. En mi familia somos seis, pero por ser el más grande me hice cargo del más chico, y mi mundo está ahí. No me casé, porque si tenía una familia me iba a centrar en eso y con él hice de papá. Ahora tiene más vida social que yo”, cuenta. 

-¿Cuál es tu sueño en karate?
-Un sueño personal no tengo, no soy de tenerlos. Pero sí me gustaría transcurrir en el karate el mayor tiempo que pueda. Cuando se acuerden de mí, que sea por eso. Una compañera (ex alumna de Gibellini) me mencionó como su mentor, y es fuerte eso. Que me digan que dejé una huella, quizá no tan trascendental, que quede en alguien es mucho. Hasta el día de hoy todavía no caigo, no tomo la dimensión de lo que es marcar a alguien.

-Los chicos te reconocen mucho y lo manifiestan.
-Sí. Quizá por esa materia pendiente por no tener un hijo propio; pero están por algo. Los niños me pueden, y me gustaría que se acuerden de mí.

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