CARLOS MARCOS GIGENA: “Si hay un tropezón, me levanto y sigo trabajando”

El destino suele llevarnos al límite, a veces de una manera cruel. Pero tal vez en ese capricho no busca otra cosa que demostrarnos lo fuerte que somos.

La historia de Carlos Marcos Gigena, sensei mayor de la Goju Ryu Seigokan en Argentina y presidente de la Unión Cordobesa de Karate Federado, tuvo un episodio bisagra. En 2005, en una venganza por haber frustrado un robo, los familiares del delincuente le dispararon 16 veces y acertaron nueve. Perdió la movilidad de las piernas y en uno de sus brazos.

“Estuve bastante jodido, con parálisis en las piernas y en el brazo derecho, tenía fracturas expuestas, un disparo en el pulmón, fractura en la lumbar, disparos con orificio de entrada y salida en cada pierna, y eso me costó la movilidad. Gracias a Dios en un disparo en el estómago, por la tensión, la bala quedó en el abdomen, y esa bala salió después hacia afuera de tanto hacer tensión. En el Hospital de Urgencias me salvaron la vida, pero mi mente estaba muy fuerte gracias al karate”, recuerda. Se toma un respiro para hablar. “Estuve una semana y pico en el hospital pero salí adelante. Eso te da el karate”, reflexiona. 

Pisar la calle

Cualquiera podría argumentar que Carlos Marcos tuvo suerte. Y algo de eso hubo. Pero en ese momento crucial se entregó a su historia, al aprendizaje que tuvo desde niño, cuando a los 5 años ayudaba a su papá a vender diarios por la mañana y la tarde en barrio Altamira. Esas enseñanzas lo fortalecieron y lo canalizó en el arte marcial. De chiquito empezó con el karate en el Club Atlético Atlanta, el 9 de junio de 1984.
“Teníamos un kiosco de diarios cerca del club Atlanta. A los 5 años trabajaba con mi papá. Empecé con el karate y sin darme cuenta me fascinó. El karate es el 90 por ciento de mi vida y no podría desdoblarlo, lo disfruto desde niño. Competí hasta el año 2000 y me retiré en -60kg con una medalla de plata a nivel nacional”, recuerda.

Fue ese pasado en el que encontró lo necesario para comprender una lección que lo marcaría para siempre: aprender a levantarse. “Venimos de una familia muy humilde. Costó mucho llevar una carrera adelante. Fuimos una familia de cuatro hijos y con pocos recursos económicos. Trabajé de chiquito y podía pagarme los torneos, nunca paré de competir. Fue muy importante porque fue con mucho sacrificio. Me acompañaba mi abuela María Nélida Luna a todos lados, a Villa Totoral, a Monte Maíz…, viajaba conmigo y era mi gran apoyo”, dice con voz quebrada por la emoción.

Mientras, en la calle, el karate era su principal refugio. “Cuando trabajaba vendiendo diarios era mi protección, sabía que me podía defender. El karate nos enseña a salir de las situaciones problemáticas y nos muestra que somos capaces de saltar los obstáculos, de sobreponernos y seguir. Por eso mi Dojo se llamaba Fénix, como el ave que resurge de las cenizas. Siempre ha sido así, nos poníamos una meta y se iban cumpliendo”. 

Después llego la etapa de hacer carrera en el arbitraje. “Pude hacer una carrera bastante buena, con resultados y objetivos cumplidos, todo bastante rápido. Fui árbitro sudamericano de kumite y kata, después Panamericano y actualmente soy árbitro mundial en kumite. En seis años de carrera llegue a lo máximo que aspiraba. Es una gran satisfacción. Siempre estaré agradecido al sensei Héctor Arena y a mi escuela Seigokan que me apoyó”.

Esa pasión por la competencia “es lo que transmito a mis alumnos. Mis comienzos fueron con el profesor Hugo Alberto Villalón, que dependía del sensei Corzo Vega. Seguí capacitándome, y aprendí todo lo que podía. Nunca imaginé de niño que iba a ser el presidente de una federación provincial, la segunda más importante del país. Todo lo que el maestro me enseñó lo puse en práctica. Mejoré algunas cosas, pero siempre busqué el beneficio para los atletas, los entrenadores, las instituciones, los árbitros. Eso realmente me alegra mucho”.

A pesar de lo alcanzado, Carlos Marcos Gigena no deja de soñar. “Me gustaría llegar a tener la máxima categoría del arbitraje mundial. El de Madrid (la semana pasada) fue mi primer Mundial como árbitro –valora el Sensei-. Y me gustaría tener una gran escuela en el país, hacer crecer mucho la Seigokan. Tengo muy buena calidad de alumnos e instructores, sé que pueden dar mucho, y tengo atletas de muy buen nivel, y al mejor de la Provincia, Juan Cruz Minuet. Y sueño con que el día de mañana haya un atleta de mi escuela en las olimpiadas”.

Ortega y Gasset escribió que una persona era ella y sus circunstancias. Carlos Marcos Gigena lleva su escuela a partir de su experiencia de vida. “Es una escuela de karate tradicional y deportivo, pero siempre reflejada en la vida y la calle. Los preparo para defenderse de cualquier situación de riesgo, que sepan absorber golpes y dar golpes, y salir airosos de una situación sea cual fuere. En lo deportivo trato de inspirar a mis alumnos y les exijo lograr los objetivos. Eso es lo que me transmitió mi maestro y es la esencia de mi familia, decir ‘tengo que lograr esto y lo hago a como dé lugar’. Trato de llegar, y si hay un tropezón, me levanto y sigo trabajando, capacitándome para llegar a lo mejor, a optimizar cada movimiento”.

Cuando a los cinco años este pequeño cargaba con los diarios y los vendía en barrio Altamira, no imaginaba que conocería “casi 20 países” y que el karate se convertiría en parte de su esencia. Aprecia y respeta a su sensei Fukuchi Takeshi Roberto, la autoridad máxima de su escuela en el continente; cumplió el sueño de conocer Japón, la cuna del karate. Frontal y transparente, híperactivo, mantiene en alto las enseñanzas de sus padres: “aunque en el frente esté todo complicado, nos enseñaron que hay que sortear los obstáculos cueste lo que cueste. Así nos educaron”.

Y vaya si los ha sorteado.


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